Llevo unos días en el municipio de Navasfrías; estoy trabajando en un proyecto denominado mineral 2.0, que entre otras, cosas ayuda a municipios con patrimonio histórico-minero a ponerlos en valor.
Este municipio lo conozco por Rufino, un buscador de oro, que tiene la sana costumbre de enseñar la técnica de bateo de oro y no sólo se conforma con eso, sino que te lleva a los lugares donde él ha encontrado oro. Rufino tiene 80 años y continúa con la misma ilusión que cuando le conocí, pero con sus capacidades muy mermadas, ya que tiene problemas en las piernas.
Hay muchos buscadores de oro, sólo unos pocos enseñan cómo buscarlo, cómo sacarlo y además te dicen los sitios donde lo encuentran; por supuesto todo esto lo hacen de forma desinteresada. Todas las personas saben que el oro tiene mucho valor; es un recurso escaso y no están las cosas como para “regalarlo”.
A pesar de conocer las técnicas de bateo, de reconocer los lugares donde puede haber oro y de que te digan donde lo han encontrado, obtenerlo es muy difícil, cuesta mucho (hay que desescombrar, picar, recoger, batear,….) realizar el proceso y muy pocas veces se tiene éxito; esto no desanima a los buscadores de oro, que si no encuentran continúan esforzándose para buscarlo y sólo acaba cuando el hambre, la luz o el tiempo libre se agota.
Sin embargo, hay otra cosa que tiene mucho más valor que el oro: es el conocimiento; sabemos que tiene un gran valor, puesto que a todos nosotros nuestros padres nos dijeron que teníamos que estudiar, que aprender y que eso era lo más importante. Da igual de qué condición política, religión, sexo y clase social que sean los padres; todos están de acuerdo que para sus hijos lo que quieren es que estudien; es decir, que adquieran conocimiento. Si todos los padres del mundo están de acuerdo en lo que quieren para sus hijos, y como sabemos que los padres quieren lo mejor para sus hijos, pues podemos deducir que para millones de padres lo más importante es que sus hijos aprendan.
El profesorado somos las personas que la sociedad nos ha encargado que formemos a los hijos de todos los padres, habitualmente nos pagan por realizar esa labor (a una parte del profesorado le pagan empresas y a otra la propia sociedad); la gran mayoría del profesorado quiere, además de para sus hijos, que sus alumnos aprendan, que adquieran conocimiento.
Profesorado, madres, padres y adultos en general consideran al conocimiento lo mismo que los buscadores de oro consideran al oro; el problema es que una gran parte de nuestro alumnado no considera al conocimiento como lo más importante; para ellos es más importante el ocio, la diversión, sus amig@s, los móviles y una larga lista de actividades e instrumentos donde no se encuentra el conocimiento.
El conocimiento, como el oro, cuesta mucho adquirirlo, hay que dominar técnicas de estudio, esforzarse y no siempre se obtiene (o se reconoce que lo tiene)
Los alumnos son como los que se quieren iniciar en el bateo, pero con una gran diferencia hay que, primeramente, convencerles de que el conocimiento es lo que más valor tiene para ellos y además que se deben dominar habilidades y esforzarse para conseguirlo.
El profesorado tenemos que ser como nuestro amigo Rufino, tenemos que tener la misma ilusión que el primer día, tenemos que enseñar técnicas para adquirir conocimiento, tenemos que enseñar a buscarlo, identificar los lugares donde se encuentra y acompañar a nuestros alumnos para comprobar que “lo hacen bien”. Sólo hay una cosa que Rufino tiene más fácil que nosotros: no necesita convencer a sus “alumnos” de que el oro tiene un gran valor.